Una chica entró en el café y se sentó
sola en una mesa junto a la ventana. Era muy linda, de cara fresca
como una moneda recién acuñada si vamos a suponer que se acuñan
monedas en carne suave de cutis fresco de lluvia, y el pelo era negro
como ala de cuervo y le daba en la mejilla un limpio corte en
diagonal.
La miré y me turbó y me puso muy
caliente. Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna
parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta,
o sea que esperaba a alguien. De modo que seguí escribiendo.
El cuento se estaba escribiendo solo y
trabajo me daba seguirle el paso. Pedí otro ron Saint James y sólo
por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para mirarla cada
vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían
rizándose en el platillo de mi copa.
Te he visto, monada, y ya eres mía,
por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte,
pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y
de este lápiz.
Ernest Hemingway. Fragmento de "París
era una fiesta".
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