Friday, September 23, 2011

Carteras auténticas

Te doy mi pan que esta mojado en el cafe.....!!! Costumbre incomprendida por las gentes mas civilizadas que yo, quienes consideran como buena manera, despedazar el pan y llevarlo seco a la boca. Pero yo comprendo bien ese placer y por eso me gusta esta canción que tiene buen ritmo. Fue hecha por el samario Carlos Vives quien se “invento” la fusión vallenata o tropi-pop, es decir, el reconocido mejor arreglista de nuestro mestizaje musical. 

Podría decir que la canción habla del principal problema colombiano: La inautenticidad, pero solo estoy imitando a Antonio Caballero quien dijo lo mismo en 1984 y que a su vez podría estar imitando a José Gutierrez que lo dijo en 1966 y él estaba imitando a Freud y así hacia atrás. Para ponerle algo de autenticidad a esta nota, puedo decir que él 11 de noviembre de 2010 escuché a Antonio Caballero, el autentico, responder algunas preguntas sobre su libro Sin Remedio en una pequeña librería en el centro de París. Le tomo 12 largos años escribir una novela en la que, según él, desarrolló ciertos trucos que no encontró en la magia de los libros que había leído. 

Es verdad que me despertó cierta curiosidad leerlo, pero esa curiosidad solo se levanto de la cama gracias a la necesidad. Le debia un regalo a una amiga y no esta bien regalar libros que yo no he leido. Asi que tuve que leerlo para poder regalarlo. Pero el regalo fue para mi. Asi que comparto entonces dos segmentos, uno para entender el “mayor” problema de Colombia, el otro pa' tomarse un café leyendo sobre un café... 


1. "Ah, sí. La inautenticidad de ustedes los revolucionarios de salón. Pero no es sólo de ustedes. Es el problema de todo este país -o no el problema, porque no es un problema, sino una esencia. La inautenticidad es lo único verdaderamente auténtico en Colombia. Somos eso. La otra noche, en una especie de bar de putas que se llamaba el Oasis, en la Trece, canté con unos músicos que se llamaban Los Auténticos. Eran auténticamente colombianos: cantaban rancheras mexicanas, cuecas chilenas, tangos. Yo también canté con ellos. Canté incluso canciones que yo no me sabía. - No hable mierda. Juegue.

- Hablar mierda es lo más auténticamente colombiano que hay.

- Juegue.
- Déjeme pensar.
- Enroque -aconsejó Federico.

   Pero se le empezaban a volver borrosas las ideas. No comprendía el sentido exacto de las amenazas del tablero.
- Ah, sí: la noche en El Oasis. Los Auténticos. Yo estaba con unos poetas que tampoco eran auténticos poetas, naturalmente. Dos eran más bien billaristas. El otro fue el que tuve que matar después, porque trató de violarme en el baño y no encontré la manera de decirle que no. Era pederasta.
- Si lo trató de violar a usted no era pederasta, sino gerontorasta.

- Eso. Ni siquiera era un pederasta auténtico." 





2. “Soltó el agua caliente de la tina, se envolvió en toallas secas, bebió largos tragos ansiosos del chorro frío del lavamanos. Qué más hay que hacer en estos casos. Café. En dónde esconde el café Fina -los filtros, las cafeteras, los molinos de moler el café, todo el peso abrumador de la realidad. Qué lejana, qué muerta, qué enterrada estaba ya la vida fácil de su antigua soltería: las cosas a la vista, la magia instantánea del Nescafé, la taza con la huella de muchos Nescafés sucesivos, como en los malecones de los puertos va quedando la marca horizontal de las mareas. El rumor diferente del agua en el baño: la tina desbordada. Dentro de un momento se me van a empezar a romper cosas, pensó con resignación. El rumor diferente del agua hirviente en la cocina: en qué momento hierven las aguas, a cuántos grados de temperatura, a cuántos metros sobre el nivel del mar. El café saltando a borbotones sobre la plancha de la estufa, evaporándose con un silbido. Las tazas. Las cucharas. El azúcar. Cuál es azúcar, cuál es sal, cuál es bórax molido para matar las cucarachas. Cuantos viajes hay que hacer del baño al cuarto, del cuarto a la cocina, de la cocina al baño, con el azúcar derramada en el piso que se adhiere a las plantas de los pies, observando a trasluz las píldoras de Fina, blancas, redondas, lisas, planas, cuáles son aspirinas, cuáles provocan desarreglos hormonales, cuales hacen el pelo luciente y hermoso, tonifican el gran simpático, multiplican los leucocitos, regulan la venida de la hemorragia menstrual. Las píldoras pegadas al paladar, terrosas, las arcadas quemantes a lo largo del esófago, la bilis o la baba amarillenta y mucilaginosa vomitada de un golpe en el aguamanil, entre las lágrimas. Todo se acumula, todo se multiplica, se hincha y se bifurca, todo se vuelve inmenso y numeroso, todo ocurre a la vez, y no hay nadie que venga con una mano amiga a moderar el caos, a meter en cintura la proliferación monstruosa de las cosas. Por qué me fui. Dios mío, por qué me dejó ir, porqué se fue, Dios mío. Las mujeres no entienden...... 

Un sol radiante y caliente llenaba todo el apartamento. Escobar se paseó de arriba abajo, desnudo, sin saber qué hacer con semejante día. No duraría. Recalentó café. ¿Un café ya de cuántos días? Denso, terroso, acre, hervido y vuelto a hervir. Tendría que hacer café. Todos los días eran iguales, qué tormento. Todo lo que ahora hacía, ya lo había hecho. En la mitad de un pensamiento cayó de golpe en la cuenta de la ausencia de Fina. No su falta: una necesidad de cosas prácticas. Sino la fuerza de su ausencia: un marchitarse de las cosas.”    Caballero, 1984. 


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